En este video vamos a ver las paredes del abdomen. Bueno, más concretamente la pared anterolateral del abdomen.
El abdomen describe una porción del tronco que conecta el tórax y la pelvis. Una pared abdominal formada por piel, fascia y músculo recubre la cavidad abdominal y las vísceras.
Gracias a estas paredes, las vísceras mantienen su posición anatómica contra la gravedad. Además:
-Protege a las vísceras abdominales de lesiones.
-Ayuda en la espiración forzada empujando las vísceras abdominales hacia arriba.
-Interviene en cualquier acción, como tos, vómitos, defecación, que aumente la presión intraabdominal.
-También tiene la capacidad de distenderse como en el caso del embarazo.
En contraste con el tórax y la pelvis, el abdomen es relativamente deficiente en el soporte esquelético, vemos que en esa región solo tenemos la columna vertebral y las costillas inferiores en la parte posterior. La pared abdominal se conecta con el armazón esquelético en la caja torácica superiormente y los huesos pélvicos inferiormente.
Esta deficiencia ósea, entre comillas, permite la flexibilidad del tronco, así como la distensibilidad para adaptarse a los cambios dinámicos en el volumen del contenido abdominal.
La pared abdominal tiene varias capas diferentes que vamos a ver de superficial a profunda:
En esta parte vemos un corte sagital y aquí vemos un corte transversal a la altura de la segunda vértebra lumbar.
-Esta es la piel.
-Debajo de la piel tenemos la fascia superficial. Esta fascia superficial es tejido conectivo y su composición depende de su ubicación. Por encima del ombligo, hay una sola capa de tejido conectivo y es principalmente grasa. Se llama fascia de Camper.
Por debajo del ombligo se divide en dos capas, la capa superficial grasa que es la fascia de Camper y otra capa más profunda y membranosa que es la fascia de Scarpa.
Debajo de este tejido subcutáneo tenemos los músculos abdominales.
Profunda a la capa muscular tenemos la fascia transversal o fascia transversalis y debajo el peritoneo parietal.
Este es un corte transversal a la altura de la cuarta vértebra lumbar, hemos usado una lámina del famoso Frank H. Netter y la hemos modificado un poco.
Aquí estaría la piel, con la epidermis y la capa subcutánea, esta es la fascia de Camper, la grasita, la fascia de Scarpa.
Esta es la capa muscular que tiene unas fascias de recubrimiento, superficial media y profunda.
Aquí tenemos la fascia transversalis o fascia transversal y esta línea gris representa ya el peritoneo parietal.
Ahora vamos a ver los músculos de la pared abdominal anterolateral.
Hay 5 músculos a cada lado de la línea media y se pueden dividir en dos grupos principales:
Músculos planos y músculos verticales. Músculos planos, hay tres, se apilan uno sobre otro y veis que se ubican anterolateralmente.
El más profundo es el transverso del abdomen, por encima corre el oblicuo interno y por encima de éste, el oblicuo externo, que es el más superficial.
En cuanto a los músculos verticales. Son dos, el recto anterior y el piramidal del abdomen. Éste último no todo el mundo lo tiene, con lo que no lo vamos a ver con detenimiento.
Si vemos con más detalle los músculos planos, fijaros que sus fibras corren en diferentes direcciones y se cruzan entre sí, fortaleciendo la pared y disminuyendo el riesgo de hernia del contenido abdominal a través de la pared.
En la cara anteromedial de la pared abdominal, cada músculo plano forma una aponeurosis, que es esta lámina tendinosa ancha y plana. Todas estas capas aponeuróticas se entrelazan en la línea media, formando la línea alba. De esta manera, la línea alba es una estructura fibrosa que se extiende desde el proceso xifoides del esternón hasta la sínfisis púbica.
Si nos fijamos en el oblicuo externo, vemos cómo sus fibras musculares se vuelven fibrosas cerca de la línea medioclavicular. En la parte inferior del abdomen, en forma gradual, la transición muscular a fibrosa se produce más lateralmente y más cerca de la espina iliaca anterosuperior. Para los músculos oblicuo interno y transverso del abdomen, esta misma transición ocurre más hacia la línea media.
Ahora vamos a ver cómo se sitúa el recto del abdomen. Veis que se mete en este bolsillo que tiene el transverso abdominal y por encima del recto y del bolsillo del transverso abdominal estaría el oblicuo menor.
Y recubriendo a todos ellos tenemos al oblicuo mayor u oblicuo externo que es el más superficial.
Cada aponeurosis se divide en dos hojas dando lugar a un sistema multicapa que recubren el recto abdominal de esta forma.
Esta sería la aponeurosis del músculo transverso abdominal, esta la aponeurosis del oblicuo interno y esta la aponeurosis del oblicuo externo. Esta es la fascia transversa o fascia transversalis y estas son las fibras del recto del abdomen.
Estas aponeurosis tienen 2 hojas cada una, la hoja anterior y la hoja posterior. Son unas vainas tendinosas que cubren los músculos rectos abdominales anteriormente y posteriormente, se les llama la vaina de los rectos.
Por tanto, el recto está encerrado en una vaina formada por las aponeurosis de los oblicuos y el transverso, las cuales están dispuestas de la siguiente manera. En el margen lateral del recto, la aponeurosis del oblicuo interno que ya sabemos que tiene dos láminas, pasa por delante del recto la lámina anterior y se mezcla con la aponeurosis del oblicuo externo.
La otra lámina, la lámina posterior pasa por detrás del recto y se mezcla con la aponeurosis del transverso. Esta disposición de las aponeurosis existe desde las costillas hasta lo que se llama línea arqueada o arco de Douglas, que es esta línea que veis entre el ombligo y la sínfisis del pubis, vaya el ojal por donde se mete el músculo recto del abdomen.
Si vemos de cerca esta zona, observamos esta línea de ruptura que es el arco de Douglas o línea arqueada.
Aquí la vaina posterior de los músculos rectos adelgaza o se rompe bruscamente, de tal forma que por debajo de este nivel, las dos hojas de las aponeurosis de los tres músculos pasan por delante del recto, quedando su parte posterior separada del peritoneo, solamente por la fascia transversalis.
Si vemos el transverso del abdomen más de lejos, sería como tirar de la fascia hacia fuera, en la línea arqueada y en ese ojal se metería el recto del abdomen.
Si nos metiéramos por detrás y por dentro del abdomen, se vería así. Estos son los rectos abdominales y estos los transversos abdominales. Todo ello visto desde dentro de la pared abdominal.
Planchas
Las planchas son excelentes para trabajar todo el core, incluyendo los músculos anterolaterales:
Para obtener los mejores resultados, combina estos ejercicios en una rutina equilibrada, realizando entre 3-5 series de cada uno, con 10-15 repeticiones o manteniendo las posiciones isométricas durante 20-40 segundos, según tu nivel de condición física1,4. Recuerda mantener una técnica adecuada y una respiración controlada durante la ejecución de estos ejercicios para maximizar sus beneficios y prevenir lesiones.
Los músculos de la pared anterolateral forman una capa multicapa que actúa como un corsé natural, manteniendo la presión intraabdominal y facilitando la transferencia de fuerzas entre la pelvis y el tórax1. El recto abdominal, por ejemplo, no solo permite la flexión del tronco sino que, mediante sus intersecciones tendinosas, contribuye a la distribución uniforme de las tensiones durante movimientos bruscos o cargas pesadas1. Esta disposición anatómica explica por qué las disfunciones en estos músculos —como atrofias o desgarros— pueden provocar inestabilidad lumbar o hernias ventrales3.
En contextos clínicos, la debilidad de la pared anterolateral se asocia con hernias incisionales recurrentes, especialmente en pacientes posquirúrgicos o con obesidad6. Estudios canadienses destacan que hasta el 30% de las hernias incisionales reaparecen si no se aborda la integridad muscular durante la reparación inicial6. Además, la denervación muscular —común en traumatismos o cirugías previas— puede alterar la coordinación entre los músculos oblicuos y el transverso, generando bulges disfuncionales que simulan hernias sin defecto anatómico real3.
Durante la inspiración, la contracción coordinada del transverso abdominal y los oblicuos internos facilita la expansión diafragmática, mientras que en la espiración forzada, estos mismos músculos comprimen la cavidad abdominal, aumentando la presión intraabdominal1. Esta función es crítica en pacientes con EPOC, donde la hipertrofia compensatoria de los músculos abdominales puede llevar a fatiga muscular crónica y dolor9.
Clínicamente, la afectación de estos músculos también se manifiesta en síndromes de atrapamiento nervioso, como el síndrome de atrapamiento del nervio cutáneo anterior (ACNES), que causa dolor localizado en cuadrantes abdominales específicos5. La inflamación o fibrosis de las vainas fasciales —como la fascia de Camper— puede comprimir ramas nerviosas, generando dolor referido que simula patologías viscerales2,5.
En cirugías de reconstrucción abdominal, la evaluación preoperatoria de la función muscular mediante tomografía computarizada (TC) funcional —con adquisiciones en reposo y contracción (“crunching”)— permite identificar áreas de atrofia o denervación, esenciales para planificar incisiones y colocación de mallas protésicas3. Por ejemplo, en el programa canadiense CHARGE, esta técnica ha reducido la recurrencia de hernias complejas al optimizar la selección de pacientes para toxina botulínica preoperatoria, que relaja músculos contraídos y facilita el cierre de defectos3,6.
El test de Carnett es la piedra angular en el diagnóstico diferencial entre dolor abdominal visceral y parietal. Se realiza presionando el punto de máxima sensibilidad en decúbito supino y luego solicitando al paciente que tense la pared abdominal —elevando la cabeza o las piernas—. Un dolor que persiste o empeora sugiere origen parietal (sensibilidad del 78%, especificidad del 88%)2,5. En variantes como el dolor pélvico, se combina con palpación vaginal o rectal para discriminar entre fuentes ginecológicas y musculares2.
Este test es particularmente útil en el síndrome de ACNES, donde el dolor se localiza en un área ≤2.5 cm y mejora con infiltraciones de anestésicos locales5. Sin embargo, su interpretación requiere cautela: hasta el 9% de los pacientes con test positivo pueden tener patología visceral coexistente, como apendicitis o colelitiasis5.
La ultrasonografía abdominal es la técnica de imagen inicial para evaluar hernias, hematomas o anomalías musculares. Permite visualizar en tiempo real el movimiento de los músculos durante la contracción, identificando desgarros o hernias ocultas4,7.
Además, el Doppler evalúa el flujo sanguíneo en zonas de posible isquemia muscular postquirúrgica, mientras las imágenes dinámicas durante maniobras de Valsalva revelan hernias intermitentes7. En Alemania, su uso rutinario en dolor abdominal crónico ha reducido el uso de TC en un 40%, disminuyendo la exposición a radiación9.
La TC funcional combina adquisiciones en reposo y contracción máxima de los músculos abdominales. Esta técnica es superior a la TC convencional en la detección de hernias ocultas y en la diferenciación entre bulges disfuncionales (protuberancias) y defectos herniarios reales3. Por ejemplo, en la fase de “crunching”, la contracción simultánea del transverso y oblicuos aumenta la presión intraabdominal, provocando la protrusión de contenido a través de defectos mínimos3.
En Australia, protocolos de TC funcional han mejorado la planificación quirúrgica en hernias ventrales complejas, reduciendo las recurrencias del 50% al 12% en dos años3. Además, la reconstrucción 3D permite visualizar la relación entre músculos, nervios y vasos, crucial en cirugías de reconstrucción3.
En pacientes con sospecha de denervación muscular —como en radiculopatías lumbares—, la electromiografía (EMG) evalúa la actividad eléctrica de los músculos anterolaterales. En el síndrome de atrapamiento del nervio iliohipogástrico, la EMG muestra latencias prolongadas y potenciales de fibrilación en los músculos oblicuos9.
Estudios alemanes destacan su utilidad en el diagnóstico de neuropatías posquirúrgicas, donde la hipoestesia en dermatomas específicos (e.g., T10-L1) confirma la afectación nerviosa9. No obstante, su sensibilidad es menor en fases agudas, requiriendo correlación clínica9.
Las infiltraciones diagnósticas con anestésicos locales —guiadas por ultrasonido— son terapéuticas y diagnósticas. Al inyectar lidocaína en el punto de máximo dolor, se confirma el origen parietal si hay mejoría ≥50%2,5. En la práctica, esto evita procedimientos invasivos: en una serie de 144 pacientes con dolor abdominal crónico, el 21% requirió cirugía tras confirmarse hernia por ultrasonido, mientras el resto resolvió con reposo y antiinflamatorios4.
Programas como el CHARGE (Canadá) enfatizan la combinación de técnicas diagnósticas con prehabilitación —control de peso, fisioterapia— para optimizar resultados quirúrgicos6. La colaboración entre cirujanos, radiólogos y especialistas en dolor permite abordajes personalizados, especialmente en hernias recurrentes o infecciones de mallas6.
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